El 11 de agosto de 1934, en la plaza de toros de Manzanares, Ciudad Real, el torero Ignacio Sánchez Mejía, un fenómeno de su época, encontró la muerte cuando sustituía en el ruedo a Domingo Ortega convaleciente de un accidente de coche. Venia de torear en Huesca con Armillita y Manolo Bienvenida. Se alojó en la habitación nº 13 del Parador. Asistió al sorteo de las reses y a continuación se dirigió a conocer las instalaciones sanitarias, indicando que en caso de cogida lo llevaran a Madrid. ¿Premonición?.
Compartió cartel con Armillita, Alfredo Corrochano y el rejoneador Simao da Velga, de quien, tras rematar sus 2 reses ,saltó al ruedo Sánchez Mejía. Del chiquero salió Granadino y Alfredo lo espero de azul y oro, como era habitual, sentado en el estribo. Solo pudo lucir dos muletazos, al tercero fue envestido con un pitonazo ascendente de doce centímetros. Al quite su compañero Corrochano. Tal como habían sido sus ordenes, fue trasladado a Madrid para ser atendido. El destino hizo el resto. El Dr. no pudo verlo hasta la mañana del día 12. Sánchez Mejía expiraba a las diez menos cuarto del día 13. Dictamen médico: muerte por gangrena. En el momento de su fallecimiento lo acompañaban su esposa e hija llegadas desde Sevilla junto con otros familiares y amigos.
El cortejo fue del tamaño de su persona, espectacular. Tras recorrer varias calles de Madrid, llegó a la estación de Atocha para ser conducido hasta su Sevilla natal. Varias paradas de tren, y en cada una de ellas iba aumentando el cortejo. En la de Baena subieron Eduardo Miura y "Algabeño". En la de Córdoba, lo harían "El Guerrita" y el rejoneador Antonio Cañero. A Sevilla llegó el tren a las 9:30 del día 14. Desde allí un gentío encabezados por Manolo Belmonte, José Bellido y muchos mas recorrerían Sevilla para llegar al cementerio de San Fernado a media mañana. El ataúd de caoba negro y plata, fue depositado en la tumba donde 14 años antes lo fuera "Joselito", su cuñado, ya inmortalizado Ignacio, entre los personajes esculpidos, por Mariano Benlliure.
Pero no fue solo por el toreo lo que convirtió a Sánchez Mejia en leyenda. Ignacio Sánchez Mejía, hijo de médico sevillano, lo que coloquialmente se llama de buena familia, fue un hombre aventurero y polifacético: actor, poeta, dramaturgo, presidente del Betis y de la Cruz Roja de su tiempo. Tuvo una gran amistad con el grupo de la Generación del 27, de quien era miembro destacado. Se dice que fue Sánchez Mejía quien financió el viaje del grupo a Sevilla para el homenaje al cordobés, Luis de Góngora en el III Centenario de su muerte, celebrado en el Ateneo. Acto considerado como el banderazo del grupo de la Generación del 27. Otras reuniones literarias dignas de mención son las que se llevaban a cabo en la finca de Pino Montano propiedad de Ignacio Sánchez. Grande fue la amistad con García Lorca, quien tras la cogida, lo inmortalizaría en el bellísimo poema, conjunto de cuatro elegías "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía". A opinión literaria, la mejor elegía escrita desde Las Coplas de Jorge Manrique. Paradojas del destino, García Lorca moriría dos años después en otro mes de agosto, asesinado. También Miguel Hernádez, Rafael Alberti, pintores, escultores, comentaristas, directores de cine y actores engrandecieron su memoria.
Fue un humanista y aventurero. Y el reportero del periódico Córdoba de ese fatídico día, acertó cuando escribió "La muerte se hace menos dura cuando se hace leyenda"
Os dejamos el poema de García Lorca "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía"
La
cogida y la muerte
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A las cinco de
la tarde.
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Eran las
cinco en punto de la tarde.
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Un niño
trajo la blanca sábana
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a las
cinco de la tarde.
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Una
espuerta de cal ya prevenida
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a las
cinco de la tarde.
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Lo demás
era muerte y sólo muerte
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a las
cinco de la tarde.
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El
viento se llevó los algodones
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a las
cinco de la tarde.
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Y el
óxido sembró cristal y níquel
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a las
cinco de la tarde.
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Ya
luchan la paloma y el leopardo
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a las
cinco de la tarde.
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Y un
muslo con un asta desolada
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a las
cinco de la tarde.
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Comenzaron
los sones del bordón
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a las
cinco de la tarde.
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Las
campanas de arsénico y el humo
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a las
cinco de la tarde.
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En las
esquinas grupos de silencio
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a las
cinco de la tarde.
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¡Y el
toro solo corazón arriba!
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a las
cinco de la tarde.
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Cuando
el sudor de nieve fue llegando
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a las
cinco de la tarde,
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cuando
la plaza se cubrió de yodo
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a las
cinco de la tarde,
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la
muerte puso huevos en la herida
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a las
cinco de la tarde.
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A las
cinco de la tarde.
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A las
cinco en punto de la tarde.
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Un
ataúd con ruedas es la cama
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a las
cinco de la tarde.
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Huesos y
flautas suenan en su oído
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a las
cinco de la tarde.
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El toro
ya mugía por su frente
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a las
cinco de la tarde.
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El
cuarto se irisaba de agonía
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a las
cinco de la tarde.
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A lo
lejos ya viene la gangrena
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a las
cinco de la tarde.
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Trompa
de lirio por las verdes ingles
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a las
cinco de la tarde.
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Las
heridas quemaban como soles
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a las
cinco de la tarde,
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y el
gentío rompía las ventanas
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a las
cinco de la tarde.
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A las
cinco de la tarde.
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¡Ay qué
terribles cinco de la tarde!
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¡Eran
las cinco en todos los relojes!
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¡Eran
las cinco en sombra de la tarde!
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
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2
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La sangre derramada
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 ¡Que no quiero
verla!
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Dile
a la luna que venga,
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que no
quiero ver la sangre
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de
Ignacio sobre la arena.
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La
luna de par en par.
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Caballo
de nubes quietas,
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y la
plaza gris del sueño
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con
sauces en las barreras.
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¡Que
no quiero verla!
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Que mi
recuerdo se quema.
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¡Avisad
a los jazmines
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con su
blancura pequeña!
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La
vaca del viejo mundo
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pasaba
su triste lengua
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sobre un
hocico de sangres
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derramadas
en la arena,
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y los
toros de Guisando,
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casi
muerte y casi piedra,
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mugieron
como dos siglos
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hartos
de pisar la tierra.
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No.
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¡Que no
quiero verla!
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Por
las gradas sube Ignacio
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con toda
su muerte a cuestas.
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Buscaba
el amanecer,
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y el
amanecer no era.
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Busca su
perfil seguro,
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y el
sueño lo desorienta.
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Buscaba
su hermoso cuerpo
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y
encontró su sangre abierta.
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¡No me
digáis que la vea!
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No
quiero sentir el chorro
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cada vez
con menos fuerza;
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ese
chorro que ilumina
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los
tendidos y se vuelca
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sobre la
pana y el cuero
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de
muchedumbre sedienta.
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¡Quién
me grita que me asome!
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|
¡No me
digáis que la vea!
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No
se cerraron sus ojos
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cuando
vio los cuernos cerca,
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pero las
madres terribles
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levantaron
la cabeza.
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Y a
través de las ganaderías,
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hubo un
aire de voces secretas
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que
gritaban a toros celestes,
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mayorales
de pálida niebla.
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No hubo
príncipe en Sevilla
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que
comparársele pueda,
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ni
espada como su espada
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ni
corazón tan de veras.
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Como un
río de leones
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su
maravillosa fuerza,
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y como
un torso de mármol
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su
dibujada prudencia.
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Aire de
Roma andaluza
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le
doraba la cabeza
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donde su
risa era un nardo
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de sal y
de inteligencia.
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¡Qué
gran torero en la plaza!
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¡Qué
gran serrano en la sierra!
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¡Qué
blando con las espigas!
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¡Qué
duro con las espuelas!
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¡Qué
tierno con el rocío!
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¡Qué
deslumbrante en la feria!
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¡Qué
tremendo con las últimas
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banderillas
de tiniebla!
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Pero
ya duerme sin fin.
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Ya los
musgos y la hierba
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abren
con dedos seguros
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la flor
de su calavera.
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Y su
sangre ya viene cantando:
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cantando
por marismas y praderas,
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resbalando
por cuernos ateridos,
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vacilando
sin alma por la niebla,
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tropezando
con miles de pezuñas
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como una
larga, oscura, triste lengua,
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para
formar un charco de agonía
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junto al
Guadalquivir de las estrellas.
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¡Oh
blanco muro de España!
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¡Oh
negro toro de pena!
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¡Oh
sangre dura de Ignacio!
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¡Oh
ruiseñor de sus venas!
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No.
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¡Que no
quiero verla!
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Que no
hay cáliz que la contenga,
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que no
hay golondrinas que se la beban,
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no hay
escarcha de luz que la enfríe,
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no hay
canto ni diluvio de azucenas,
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no hay
cristal que la cubra de plata.
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No.
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¡¡Yo no
quiero verla!!
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
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3
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Cuerpo presente
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 La piedra es
una frente donde los sueños gimen
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sin
tener agua curva ni cipreses helados.
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La
piedra es una espalda para llevar al tiempo
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con
árboles de lágrimas y cintas y planetas.
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Yo
he visto lluvias grises correr hacia las olas
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levantando
sus tiernos brazos acribillados,
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para no
ser cazadas por la piedra tendida
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que
desata sus miembros sin empapar la sangre.
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Porque
la piedra coge simientes y nublados,
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esqueletos
de alondras y lobos de penumbra;
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pero no
da sonidos, ni cristales, ni fuego,
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sino
plazas y plazas y otras plazas sin muros.
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Ya
está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
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Ya se
acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
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la
muerte le ha cubierto de pálidos azufres
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y le ha
puesto cabeza de oscuro minotauro.
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Ya
se acabó. La lluvia penetra por su boca.
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El aire
como loco deja su pecho hundido,
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y el
Amor, empapado con lágrimas de nieve,
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se
calienta en la cumbre de las ganaderías.
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¿Qué
dicen? Un silencio con hedores reposa.
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Estamos
con un cuerpo presente que se esfuma,
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con una
forma clara que tuvo ruiseñores
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y la
vemos llenarse de agujeros sin fondo.
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¿Quién
arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
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Aquí no
canta nadie, ni llora en el rincón,
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ni pica
las espuelas, ni espanta la serpiente:
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aquí no
quiero más que los ojos redondos
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para ver
ese cuerpo sin posible descanso.
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Yo
quiero ver aquí los hombres de voz dura.
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Los que
doman caballos y dominan los ríos:
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los
hombres que les suena el esqueleto y cantan
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con una
boca llena de sol y pedernales.
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Aquí
quiero yo verlos. Delante de la piedra.
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Delante
de este cuerpo con las riendas quebradas.
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Yo
quiero que me enseñen dónde está la salida
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para
este capitán atado por la muerte.
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Yo
quiero que me enseñen un llanto como un río
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que
tenga dulces nieblas y profundas orillas,
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para
llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
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sin
escuchar el doble resuello de los toros.
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Que
se pierda en la plaza redonda de la luna
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que
finge cuando niña doliente res inmóvil;
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que se
pierda en la noche sin canto de los peces
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y en la
maleza blanca del humo congelado.
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No
quiero que le tapen la cara con pañuelos
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para que
se acostumbre con la muerte que lleva.
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Vete,
Ignacio: No sientas el caliente bramido.
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Duerme,
vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
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
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4
|
Alma ausente
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No te conoce
el toro ni la higuera,
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ni
caballos ni hormigas de tu casa.
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No te
conoce el niño ni la tarde
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porque
te has muerto para siempre.
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No
te conoce el lomo de la piedra,
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ni el
raso negro donde te destrozas.
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No te
conoce tu recuerdo mudo
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|
porque
te has muerto para siempre.
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El
otoño vendrá con caracolas,
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|
uva de
niebla y montes agrupados,
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|
pero
nadie querrá mirar tus ojos
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porque
te has muerto para siempre.
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|
Porque
te has muerto para siempre,
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|
como
todos los muertos de la Tierra,
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|
como
todos los muertos que se olvidan
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|
en un
montón de perros apagados.
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No
te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
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Yo canto
para luego tu perfil y tu gracia.
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La
madurez insigne de tu conocimiento.
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Tu
apetencia de muerte y el gusto de su boca.
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La
tristeza que tuvo tu valiente alegría.
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Tardará
mucho tiempo en nacer, si es que nace,
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un
andaluz tan claro, tan rico de aventura.
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Yo canto
su elegancia con palabras que gimen
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y
recuerdo una brisa triste por los olivos.
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FIN DE LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS
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